viernes, 26 de noviembre de 2010

Ph: Deborah Valado

Colores,
fundirse en la contemplación,
esa percepción,
nada parece más lejos
que El otrE que no se observa.

Entrego mis bolsillos,
vacíos ellos,
humedad de la palma de mi mano,
entrego mis manos;
el gesto,
la intención del tomar del otro,
dar un abrazo,
caricias,
favores,
espontaneidades del querer.

Deborah Valado

El viaje a ninguna parte



Travesías sin pasajes de retorno al mismo suelo. Nos
encontramos en el café de la otra ciudad desconocida. En la
Habana compartimos un par  largos de ron. Sobre
la Bahía nos estiramos a sentir los gránulos de arena. Tal
vez Madrid nos esperaba. Pero el cielo ya había cambiado de color
y decidimos instalarnos en Nueva York. Vidrieras artificiales. Zapatos
de mil colores. Las tarjetas no se abastecían de tantos obsequios
con destinos impropios.
La noche se nubló para castigar a las estrellas. Sin saber
distinguirlas unas de otras, se reiteraron las falsas apuestas. Toda diversión se exponía a los billetes provistos por los pantalones marrones. Lo demás lo olvidamos y entremezclamos  por alguna vigilia de verano.
Al despertarnos aceptamos la realidad del hotel. Era la duda de las  sabanas la que
nos comprometía. Sin embargo, todavía las valijas no estaban llenas. Los pijamas
se reservaron unas horas más de descanso.
El  primer rayo de luz atravesado por nuestras lentes delgadas
determinó el regreso. 

Deborah Valado

Sentirte


De nuevo sentí, ¿ cuándo he dejado de sentir ?. Un llamado, otra espera para  concretar  algún desencuentro. Vueltas en bicicletas que no siguieron un mismo recorrido. Si nos detuvimos  fue por querer esquivarnos una vez más.  Desde la primera mirada hacia el otro  un desvío ya marcó  la conexión de nuestros cuerpos. Sin desvestirnos igual hemos percibimos la piel ajena, los roces de tus manos concretaron caricias sobre mi rostro.
Incomunicación. La obviedad quedó por debajo de nuestras lenguas. Nos callamos para no interrumpirnos, nadie  se encontró. Algunas palabras lograron escapar, pero la superficialidad  succionó  nuestras verdades. 

Deborah Valado

Son caníbales, depredadores del alma.
Podría usar cada día un nuevo antifaz,
pero igual me reconocerían,
 felices saborearían mis ideas.
No hacen falta armas para delatarlas,
 ellos las conocen mejor que nadie,
ellos se han encargado de germinarlas
desde en  los cuentos de hadas
hasta  en las canciones de la Patria.

Deborah Valado

domingo, 14 de noviembre de 2010

Él

 


Me levanté de la cama con las pestañas bajas. Las  palpitaciones habían reaparecido con fuerza, intuía un día agitado. Las obligaciones de la oficina resonaban en los pensamientos, terminé de ponerme los zapatos de taco aguja y  ya  estaba parando al taxi.
El chofer aparentaba  ser un buen hombre.  Me convidó un caramelo de menta y  luego de varias suplicas intercaladas a mi relato, me dejó fumar el habano. 
El viaje  era de Parque Chacabuco al Centro. Esos  cuarenta minutos se hicieron  finitos a causa de la charla  establecida con él. Cuando giró su cabeza sentí que percibió mis gotas de amor.  El auto se  había  convertido en  un consultorio; el asiento era el diván tan esperado por mis palabras.
Le contaba  que  había pasado ya un año de  la separación de mí ex pareja  y todavía no lograba asimilarlo. Lo buscaba por todas partes y sin embargo, no  lo encontraba nunca. Le exclamé que pagaba cualquier recompensa por hablar con él aunque sólo fueran  dos minutos. Aún amaba y  necesitaba a ese hombre. 
Parecía una mujer desesperada. El pobre me  asentía con la mirada, no sabía cómo contenerme.  Mis gritos salieron a la luz cuando le expresé que la noche anterior había soñado que lo veía. No era nada anormal soñarlo, pero ésta vez estaba segura que sí se concretaría; los duendes me lo habían confesado.
Bajé  del taxi. De repente lo vi llegar a la  otra  esquina. Las sonrisas brotaron de mis labios. Corrí para saludarlo, pero  nunca alcancé a cruzar. Me senté en el cordón;  las lágrimas  tampoco  llegaron.

Deborah Valado // 2007