domingo, 22 de diciembre de 2013

Visita

Me tomó de la mano,
me señaló una estrella,
mi dedo índice se iluminó,
era la fugacidad de la luz
que recorría nuestro universo,
 estábamos rodeadas de espinas y pétalos,
“sin dulces no hay dolor del
cual pudiéramos aprender”, me decía,
yo la escuchaba,
quería atrapar todas sus palabras,
guardarlas en botellitas de cristal,
entregarlas al mar
 y esperar a que las olas me trajeran más historias,
tal vez todo era un ensueño
o un nuevo despertar,
ella siempre parecía vital
pero en ese momento  
se extinguía
en sus últimos murmullos,
yo no quería que se fuera,
la abrazaba más y más,
el círculo de la vida giraba,
me sentía entre remolinos en el campo,
ella estaba calma,
yo era quien aun no comprendía la vida,
ella me  invitó a jugar
le  di el té de a cucharaditas
me devolvió sonrisas,
desde el ventanal percibió la húmeda Pampa
volvió a recordar sus mañanas,
el tambo,
el camino de las vacas,
los pastizales,
el horizonte naranja,
ya nada era lo mismo,
la mecí en su silla hasta
el último silencio que compartimos.  

Deborah Valado //  Abril 2012