Cuando las
muñecas
se
desgarraban en llantos,
pataleaban
contra el viento,
yo sentía
que las manos
ya no eran
de miel.
Cuando mi alma
no encontraba
su nido
de ramas y
flores con vida,
yo sentía, junto a ella,
la trémula
noche llegar.
Cuando los
peces
no se
acercaban
a mi mar,
y el bote
parecía
más lejano,
yo sentía
que mi tristeza
construía la soledad.
Cuando los
silencios
me
encerraban
en la
habitación,
sepultaban
las palabras,
yo sentía
que el diablo
me robaba todas las fantasías.
Cuando un
día
no fui más
niña,
percibí un
nuevo amanecer,
yo sentí que
al fin podía
escapar de
esa casa
de ladrillos de tempestad.
Deborah Valado // Abril 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario