Respiro, suspiro,
transpiro ; no puedo ocultar mi absoluta incomodidad de compartir el ascensor
con ese vecino que vuelve a comentarme la temperatura del día. Sujeto
apreciable por su gentileza, despreciable por su muerta vida de oficinista, de
espectador de televisión basura, de visitador de shoppings, de comprador de
ofertas fantasmales.
Llego a mi piso, me abre
la puerta, me bendice con su saludo, ya
sin ganas a penas le sonrío. Entro a mi
vida, las boletas tiradas a la par de la alfombra delatan mi soltería, nadie va a preocuparse ni
ocuparse de pagar mis gastos. Me recuesto en el sofá, prendo la radio, la
música me recuerda, otra vez, a Fidel. Continúo en la prisión de sus palabras.
Reitero que extrañar es una acción que debiera anularse. La nostalgia sólo
mancha este tiempo alejada de su cuerpo.
La tiranía de poseer
destruyó hasta las mismas posesiones, aislándonos de un lado y del otro de la ciudad. Placer de entregas no cuestionadas en las
vivencias mismas, pero atacadas en la
posterioridad por los enredos de la
cabeza. Obstrucción total, el amor
es incompatible con las estructuras
prefijadas, prefijadoras. No mucho que entender, mejor dicho nada. Fluir y compartir,
eso importaba. Eso igual no bastó.
Del último encuentro
quedaron mis llantos transpuestos a todas las combinaciones de frases posibles.
Él pintaba los cajones del escritorio maldito que guardaba fotos de su antigua
mujer. Yo estaba seca, como las ramas en otoño. Como los ríos del norte. Como el
viento del sur. Más no puedo acordarme, el deseo de borrar aquella noche venció
a mi memoria.
Me amarro a lo poco que
queda, a la inmensidad de las posibilidades futuras, implemento cualquier
estrategia para olvidarlo. ¿Acaso no soy dueña de lo que puedo sentir? Pareciera que no. O tal vez, me encante bañarme
en un mar de masoquismo.
Me levanto de un salto,
mi sed pide una copa de vino. Me rio sola por la misma angustia que mi piel absorbe.
Las caricias para reparar las fracturas fueron robadas por la ambición de
quedarnos pegados a un inútil sentido. Me quiero ahogar en el dulce de la uva
fermentada, entregarme a los placeres que habíamos reprimido. No obstante, no
puedo dejar de replicarme la idea que no voy a ser más mujer porque abra las
piernas, ni tampoco más amada.
Más allá de todo lo
planeado y pensado, la locura de amarlo tanto me despojó hasta de mí propio
ser. Lo único que esperaba al abrir los
ojos ,luego de cualquier sueño, era aferrarme a sus brazos. La falta de
movilidad propia terminó por saturar nuestro micro mundo. ¡Cuánta libertad
había cedido por su mínima porción de ternura! Y sin embargo, la clave tampoco
estaba allí. No existía, había que dejarse llevar, seguir las pulsaciones,
romper con las falsas aspiraciones.
Deborah Valado // 2011
sos tan linda que se me enamora el alma...
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