-
¿Querés jugar?
-
¿A qué?
-
Respóndeme si querés jugar.
-
Bueno, pero primero decime a qué.
-
¿Tantas preguntas necesitas? ¿No confías en mí?
-
Como no voy a confiar en vos, gila.
-
El gila estuvo demás. Decime sí querés o no
jugar.
-
Está bien.
-
¿Sí o no?
-
Te dije, está bien.
-
Como te cuesta decir sí. Siempre lo mismo vos, pero no importa.
El
juego es uno nuevo que inventé yo, más bien, lo acabo de inventar me
parece. Es
así, tomamos unas cajas y en cada una de ellas, ponemos frases, que el
otro no sepa cuáles, de películas, telenovelas, series, obras de
teatro según el género y luego al azar
las interpretamos frente al otro, ¿qué te parece?
-
¡Cuánta imaginación que tenés! Me sorprendes.
-
Martín, no me tomes el pelo.
-
Luly, no
te tomo nada. Pero me dio gracia que dijeras que vos lo inventaste, porque algo parecido jugué la semana pasada en la
clase de teatro.
-
Ah, bueno, perdón, yo todavía no voy a las
clases, me las arreglo como puedo para jugar a ser otra.
-
Está bien, no te saques.
-
¿Sabes qué? Ahora me parece que no quiero jugar.
Me quitaste las ganas.
-
Eso se llama histeria femenina. ¿Acaso estás
indispuesta?
-
¡Qué hijo de puta que sos! ¿Cómo te atreves a
decirme eso?
-
Yo no
quiero decir nada, pero a todas les pasa lo mismo.
-
Bueno, pero, ¿sabes?, te equivocaste, no me vino
un carajo.
-
Me decís a mí, pero la boquita que tenes vos
deja mucho que desear.
-
¿Ahora me vas a decir cómo tengo que hablar yo?
Lo que me faltaba.
-
¡Por Dios! Te propongo mejor si improvisamos
alguna escena, ¿te va?
-
Mmm…
-
Ves ahora la que no responde de una sos vos,
después me decís a mí.
-
Ni me dejaste hacerlo. Sí, me copo, pero yo
propongo el tema sobre el cual hacerla.
-
Siempre autoritaria vos, pero dale ya fue.
-
Somos una pareja que está a punto de
divorciarse.
-
Siempre la misma idea, decí que no soy tu novio,
si no pensaría que me queres dejar disimuladamente.
-
¡Qué pavote te pones!
-
¡Ay!, perdón, ella...
-
Me haces reír, sábelo.
-
Mira, no quiero ser malo, pero tu tema es trillado. ¿Me dejas proponer otra
cosa?
-
Después me decís autoritaria a mí y me bardeas. ¿Vos qué sos entonces?
-
¿Podemos dejar de pelear?
-
Vos empezaste.
-
Está bien.
-
¡No! No me des la razón como a los locos, ¿puede
ser?
-
¿Me vas a dejar proponer algo?
-
A ver, ¿qué idea magnifica tenes?
-
Como te gusta…
-
¿Cómo me gusta, qué?
-
Nada….
-
Uff…
-
Sos una linda loca, una loca linda. Volviendo al
tema de la impro, podemos ser dos mercaderes varados en una habitación
hasta el otro día de compra. Desde allí, el que hable primero da pie a la
propuesta específica y así vamos desarrollando el conflicto.
-
¿Dijiste dos mercaderes, hombres?
-
Sí, ¿qué tiene? ¿No me digas que te molesta? En
la vida del actor hay que pasar por cualquier X situación. Es así, pura
adrenalina. ¡No te va a venir mal ponerte los pantalones enserio!
-
Sos maldito cuando queres. Está bien, me someto
al reto. Soy tan buena que cuando sea una actriz famosa, te voy a reconocer
como mi primer gran maestro.
-
Gracias, hermosa.
-
¡Mátate!
-
¡Cuándo quieras!
-
¡Basta de delirios! ¿Necesitamos algún
vestuario? Creo que algo podemos sacar a mi hermano.
-
Puede ser… pero mejor no, deja… así como
estamos, estamos bien.
-
Ok. ¿Quién comienza? Yo me quedo acá tirada en
la cama, no tengo muchas ganas de moverme.
-
Empiezo yo. A la una, a las dos, acción.
Escúchame José, me parece que no hice bien las cuentas y la señora del mercado
de la Bahía se
quedó con el vuelto.
-
¿En dónde tenes la cabeza? Nos vamos a terminar
fundiendo si seguís pensando en cualquier cosa, más específicamente, en
polleras que no te corresponden.
-
Te prometo que fue mi último error.
-
No me prometas nada, Dios te está escuchando.
-
Igual te confieso, Luisa es la mujer que me
trasporta a otro mundo.
-
A mi no me recites poesías.
-
Ya estás viejo, por eso no sentís el amor tal
cual yo lo siento.
-
Mis 70 años no olvidaron la pasión.
-
Como usted diga señor. ¿No querés un refresco?
El calor y el cansancio del viaje me
aploman.
-
No, gracias. Sólo quiero dormir un rato.
-
Pero nena, ni empezó la acción y, ¿ya te querés
dormir?
-
Martín, me sacaste la inspiración. Es parte de
la escena, ¿por qué interrumpís? Podes hablar sólo y después me despertas o
cuando escuche algo interesante me levanto.
-
Sí, es verdad, perdóname.
-
¡Qué sea la última vez!
-
Hacete la dormida de vuelta. Escena dos. A la
una, a las dos, acción. ¡Cómo ronca este viejo! ¿Quién lo diría? Pensar que a
mí se me fue el sueño y él duerme como un niño. Aunque lo veo y me recuerda a
mi padre. Sí, ese viejo ofuscado pero con mucha vitalidad y, de vez en cuando,
con sonrisas que agrandan su rostro.
-
¡Carlos!
-
¡No dormiste nada! Decime.
-
¿Te parece poco una hora? Mi cuerpo ya es otro.
Tuve un sueño extraño. Estaba en una
Isla y un tábano se posó en mí y me indicó ir a cavar y como hipnotizado fui y
encontré un jarrón lleno de oro.
-
Vos siempre ambicioso, ¡hasta en tus sueños!
-
Imagínate yo con ese dinero, lo que podría
hacer, o al menos con una pequeña porción.
-
¿Una pequeña porción?
-
Sí, y con
ello nunca más salir a recorrer comercios, sólo quedarme en el jardín de alguna
casa podando mis árboles.
-
Yo tengo algo ahorrado.
-
¿Qué?
-
Yo tengo algo ahorrado y podemos hacer un trato.
-
¿Un trato?
-
Sí, te ofrezco que me vendas tu sueño a cambio
de trescientas monedas de oro.
-
¿Me lo estás diciendo enserio? ¿Por qué yo te lo
vendería?
-
¿Acaso no te interesa esa cantidad de dinero
para no trabajar nunca más?
-
Sí, pero es extraño que vos quieras comprarme el
sueño, como el sueño mismo que tuve ¿cómo te lo doy?
-
De las transacciones yo me encargo, ¿estás
dispuesto o no?
-
Hasta que no vea las monedas delante de mí no lo
creo.
-
Pues bien, ahora las busco, las tengo en mi bolso.
-
No, deja, confió en tu palabra.
-
Luly, ahora podemos poner como una voz en off para finalizar, ¿te
parece?, así contamos lo que les pasó.
-
Dale, pero ya estoy cansada, tengo las neuronas
quemadas. Así que termínalo como quieras.
-
Está bien. A la una, a las dos. Acción. Carlos
estaba convencido de comprar el sueño porque mientras José dormía había visto
salir y entrar un tábano por su nariz. Al escuchar el sueño que había tenido,
dio cuenta que podría ser verdadero aquel relato. Hicieron el trato, Carlos compró
el sueño y con dichas instrucciones viajó a la Isla, encontró el tesoro y se convirtió en el
hombre más rico y feliz del mundo. José, tuvo sus trescientas monedas de oro,se compró su casa con jardín, pero
nunca más volvió a soñar.
-
¡Bravo, bravo! Lástima que siempre hasta en los
juegos querés que pierda. Mejor ándate, no quiero pelear.
-
Deborah Valado// 2010
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