martes, 22 de noviembre de 2011

Algunos sueños



-          ¿Querés jugar?
-          ¿A qué?
-          Respóndeme si querés jugar.
-          Bueno, pero primero decime a qué.
-          ¿Tantas preguntas necesitas? ¿No confías en mí?
-          Como no voy a confiar en vos, gila.
-          El gila estuvo demás. Decime sí querés o no jugar.
-          Está bien.
-          ¿Sí o no?
-          Te dije, está bien.
-          Como te cuesta decir  sí. Siempre lo mismo vos, pero no importa. El juego es uno nuevo que inventé yo, más bien, lo acabo de inventar me parece. Es así, tomamos unas cajas y en cada una de ellas, ponemos frases, que el otro  no sepa cuáles,   de películas, telenovelas, series, obras de teatro  según el género y luego al azar las interpretamos frente al otro, ¿qué te parece?
-          ¡Cuánta imaginación que tenés! Me sorprendes.
-          Martín, no me tomes el pelo.
-           Luly, no te tomo nada. Pero me dio gracia que dijeras que vos lo inventaste, porque  algo parecido jugué la semana pasada en la clase de teatro.
-          Ah, bueno, perdón, yo todavía no voy a las clases, me las arreglo como puedo para jugar a ser otra.
-          Está bien, no te saques.
-          ¿Sabes qué? Ahora me parece que no quiero jugar. Me  quitaste las ganas.
-          Eso se llama histeria femenina. ¿Acaso estás indispuesta?
-          ¡Qué hijo de puta que sos! ¿Cómo te atreves a decirme eso?
-           Yo no quiero decir nada, pero a todas les pasa lo mismo.
-          Bueno, pero, ¿sabes?, te equivocaste, no me vino un carajo.
-          Me decís a mí, pero la boquita que tenes vos deja mucho que desear.
-          ¿Ahora me vas a decir cómo tengo que hablar yo? Lo que me faltaba.
-          ¡Por Dios! Te propongo mejor si improvisamos alguna escena, ¿te va?
-          Mmm…
-          Ves ahora la que no responde de una sos vos, después me decís a mí.
-          Ni me dejaste hacerlo. Sí, me copo, pero yo propongo el tema sobre el cual hacerla.
-          Siempre autoritaria vos, pero dale ya fue.
-          Somos una pareja que está a punto de divorciarse.
-          Siempre la misma idea, decí que no soy tu novio, si no pensaría que me queres dejar disimuladamente.
-          ¡Qué pavote te pones!
-          ¡Ay!, perdón, ella...
-          Me haces reír, sábelo.
-          Mira, no quiero ser malo, pero  tu tema es trillado. ¿Me dejas proponer otra cosa?
-          Después me decís autoritaria a mí y me bardeas.  ¿Vos qué sos entonces?
-          ¿Podemos dejar de pelear?
-          Vos empezaste.
-          Está bien.
-          ¡No! No me des la razón como a los locos, ¿puede ser?
-          ¿Me vas a dejar proponer algo?
-          A ver, ¿qué idea magnifica tenes?
-          Como te gusta…
-          ¿Cómo me gusta, qué?
-          Nada….
-          Uff…
-          Sos una linda loca, una loca linda. Volviendo al tema de la impro, podemos ser  dos mercaderes varados en una habitación hasta el otro día de compra. Desde allí, el que hable primero da pie a la propuesta específica y así vamos desarrollando el conflicto.
-          ¿Dijiste dos mercaderes, hombres?
-          Sí, ¿qué tiene? ¿No me digas que te molesta? En la vida del actor hay que pasar por cualquier X situación. Es así, pura adrenalina. ¡No te va a venir mal ponerte los pantalones enserio!
-          Sos maldito cuando queres. Está bien, me someto al reto. Soy tan buena que cuando sea una actriz famosa, te voy a reconocer como mi  primer gran maestro.
-          Gracias, hermosa.
-          ¡Mátate!
-          ¡Cuándo quieras!
-          ¡Basta de delirios! ¿Necesitamos algún vestuario? Creo que algo podemos sacar a mi hermano.
-          Puede ser… pero mejor no, deja… así como estamos, estamos bien.
-          Ok. ¿Quién comienza? Yo me quedo acá tirada en la cama, no tengo muchas ganas de moverme.
-          Empiezo yo. A la una, a las dos, acción. Escúchame José, me parece que no hice bien las cuentas y la señora del mercado de la Bahía se quedó con el vuelto.
-          ¿En dónde tenes la cabeza? Nos vamos a terminar fundiendo si seguís pensando en cualquier cosa, más específicamente, en polleras que no te corresponden.
-          Te prometo que fue mi último error.
-          No me prometas nada, Dios te está escuchando.
-          Igual te confieso, Luisa es la mujer que me trasporta a otro mundo.
-          A mi no me recites poesías.
-          Ya estás viejo, por eso no sentís el amor tal cual yo lo siento.
-          Mis 70 años no olvidaron la pasión.
-          Como usted diga señor. ¿No querés un refresco? El calor y el cansancio del viaje me  aploman.
-          No, gracias. Sólo quiero dormir un rato.
-          Pero nena, ni empezó la acción y, ¿ya te querés dormir?
-          Martín, me sacaste la inspiración. Es parte de la escena, ¿por qué interrumpís? Podes hablar sólo y después me despertas o cuando escuche algo interesante me levanto.
-          Sí, es verdad, perdóname.
-          ¡Qué sea la última vez!
-          Hacete la dormida de vuelta. Escena dos. A la una, a las dos, acción. ¡Cómo ronca este viejo! ¿Quién lo diría? Pensar que a mí se me fue el sueño y él duerme como un niño. Aunque lo veo y me recuerda a mi padre. Sí, ese viejo ofuscado pero con mucha vitalidad y, de vez en cuando, con sonrisas que agrandan su rostro.
-          ¡Carlos!
-          ¡No dormiste nada! Decime.
-          ¿Te parece poco una hora? Mi cuerpo ya es otro. Tuve  un sueño extraño. Estaba en una Isla y un tábano se posó en mí y me indicó ir a cavar y como hipnotizado fui y encontré un jarrón lleno de oro.
-          Vos siempre ambicioso, ¡hasta en tus sueños!
-          Imagínate yo con ese dinero, lo que podría hacer, o al menos con una pequeña porción.
-          ¿Una pequeña porción?
-          Sí,  y con ello nunca más salir a recorrer comercios, sólo quedarme en el jardín de alguna casa podando mis árboles.
-          Yo tengo algo ahorrado.
-          ¿Qué?
-          Yo tengo algo ahorrado y podemos hacer un trato.
-          ¿Un trato?
-          Sí, te ofrezco que me vendas tu sueño a cambio de trescientas monedas de oro.
-          ¿Me lo estás diciendo enserio? ¿Por qué yo te lo vendería?
-          ¿Acaso no te interesa esa cantidad de dinero para no trabajar nunca más?
-          Sí, pero es extraño que vos quieras comprarme el sueño, como el sueño mismo que tuve ¿cómo te lo doy?
-          De las transacciones yo me encargo, ¿estás dispuesto o no?
-          Hasta que no vea las monedas delante de mí no lo creo.
-          Pues bien, ahora las busco, las tengo en mi bolso.
-          No, deja, confió en tu palabra.
-          Luly, ahora podemos poner  como una voz en off para finalizar, ¿te parece?, así contamos lo que les pasó.
-          Dale, pero ya estoy cansada, tengo las neuronas quemadas. Así que termínalo como quieras.
-          Está bien. A la una, a las dos. Acción. Carlos estaba convencido de comprar el sueño porque mientras José dormía había visto salir y entrar un tábano por su nariz. Al escuchar el sueño que había tenido, dio cuenta que podría ser verdadero aquel relato. Hicieron el trato, Carlos compró el sueño y con dichas instrucciones viajó a la Isla, encontró el tesoro y se convirtió en el hombre más  rico y feliz del mundo. José, tuvo sus trescientas monedas de oro,se compró su casa con jardín, pero nunca más volvió a soñar.
-          ¡Bravo, bravo! Lástima que siempre hasta en los juegos querés que pierda. Mejor ándate, no quiero pelear.
-    




Deborah Valado// 2010







No hay comentarios:

Publicar un comentario