jueves, 19 de septiembre de 2013

Disciplina, Locura y Amor // PARTE XIV



      Lo conocí en un café de la calle Talcahuano. Aún recuerdo el aroma de mi último cortado. Se esparció hasta mezclarse con las gotas evaporadas del whisky que él estaba tomando. Su mirada se perdía sobre el horizonte del caos céntrico.  La mía, en sus labios. No detuve el impulso de mi cuerpo y fui hacia su mesa. Las palabras  se escaparon de nuestras vísceras y, el encuentro cósmico de las dos almas comenzó a concretarse. 
     Luego de dos horas, estábamos en el puerto. La puesta del sol, nos inspiraba a volar con nuestras utopías. Ambos éramos militantes. A los 26 años habíamos descubierto que el Peronismo era nuestro verdadero espacio de lucha.   Para mí había sido el azar de un libro el que me había definido por la bandera de Evita.  Él, aseguró, que una mañana al mirarse al espejo,  vio el reflejo de Perón. Se había quedado atónito. Lo tomó como un llamado de atención sobre las armaduras de fuego, jamás cuestionadas, que sus padres habían construido contra el general. Igualmente, tuvieron que pasar varios años, desde aquella misteriosa aparición, para que se volviera fanático.
   Algo nos atraía mutuamente del otro, nos empezamos a entrelazar a través de la política. Habíamos diseñado miles de planes, pero mi llanto sacudió los últimos sueños. Estallé de horror a mi misma.  Yo sabía que esa noche tenía que regresar a la cama con mi marido. No tuve agallas para escupir sobre la libreta y dejar la comodidad que la sociedad burguesa me brindaba. Ahí me dí cuenta que el miedo me  había convertido en una falsa mujer que reprimía su deseo de plenitud. A penas le pude confesar que estaba casada y me escapé como una niña desesperada en un campo de batalla. 

Deborah Valado // Septiembre 2012 

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