Durante los almuerzos de mi infancia, la imagen que más se reiteraba en
mi casa, fue una que dio bisagra a esta última etapa de la Argentina: mi
hermano, Pablo, con tan solo un año
gritando “Alfonsín” en la caravana de la avenida Boedo post elecciones del 83.
Los argentinos volvían a respirar entre aires democráticos. Mi casa festejaba a
la par de los correligionarios radicales.
Pero con la particularidad que mi mamá, venía del Paraguay de los
Colorados, y no sentía desprecio por los militares que habían masacrado al
país. Mi papá se despegaba, solo por
rebeldía de hijo, de mi abuelo, quien levantaba el pañuelo rojo, dando por
muertos a todos aquellos que habían asumido el nuevo gobierno. Yo aún no había nacido, pero cuando ya formé
parte de este mundo, las ideas provenientes de la derecha continuaron en el
ambiente familiar, a la par del orgullo por la vieja patria conservadora.
Concluían los 90, yo estaba terminando la escuela primaria. Mi maestra
de 7mo grado, opta por abandonar la docencia y dedicarse de lleno a la vida
política. Se presentaría en las elecciones del 99 por el Frente de la Alianza
para diputada de la Ciudad de Buenos Aires.
Recuerdo cuando nos vino a hablar a la clase, ese día, volví y me senté
a escribir acerca de la decadencia menemista,
sentía un gran rechazo por el actual presidente y me costaba visualizar
a una Argentina en clima de prosperidad, aunque, por otro lado, sí tenía gran
confianza en que luego de las próximas elecciones, los nuevos gobernantes
podrían garantizar, al menos, nuevamente los derechos básicos a todos los
argentinos. La historia luego demostraría lo contrario. Las llamas habían arrasado
al pueblo. Habría que esperar unos años más para la refundación.
Llegó el 2000, comencé la secundaria. Los chicos, que cursaban quinto
año, pasaban por los cursos invitando a participar del centro de estudiantes.
Al llegar a casa, comenté dicha invitación. La respuesta fue directa: “Deborah,
a la escuela se va a estudiar, no a perder el tiempo con la política”. Fin de todo primer sueño.
La primera vez que fui a votar, fue en el año 2005, eran elecciones legislativas. Mi posicionamiento era radicalmente opuesto
al de mi familia, voté al partido Humanista y al Movimiento Socialista de los Trabajadores.
Retrospectivamente, aún me es muy difícil descubrir cuál fue mi primera
gran influencia para que rompiera con la ideología familiar y me pusiera en el
lugar de querer comprometerme con mi país y, por lo tanto, tratar de hacer con
y por el otro para crecer conjuntamente. El individualismo, el despecho con los
más pobres y la delegación de la culpa a
los de arriba, eran moneda corriente, tanto dentro como fuera de mi casa. Explícitamente, aún lejos de la selva, convivía
entre gorilas. Durante los primeros años
del Kirchnerismo, realmente no pude visualizar la gran marea de
transformaciones positivas que, al fin,
el pueblo viviría, y por lo tanto seguía en mi encasillamiento de “izquierda”
desconfiando de varias de las medidas adoptadas por el gobierno de turno. Hay
que admitir que las cegueras no son naturales, en ese momento era muy difícil que
yo pudiera ver algo ya que en primer lugar, el peronismo –bandera escoltada por el Proyecto Nacional y Popular – que yo conocía era el del ex mandatario
riojano que había extraído todos los órganos vitales de la patria y en segundo, en mi casa el nombre de Perón era
el más descalificado de todos. La izquierda
nacional, por más desfragmentada que fuera y lejana a los topos ideales de la
Europa del Siglo XX, de la Revolución Cubana, aún representaba en mí, el
bastión de resistencia a mis enemigos – nunca mejor calificados – de la derecha
oligarca.
Con el paso del tiempo, el gobierno iba definiendo sus líneas políticas
en defensa de los más desplazados, y en contra partida, el justo ataque a los grandes gigantes, tales
como los multimedios, los terratenientes, en fin, los más cerdos del sistema. Mientras
yo continuaba en la universidad pública,
ya enamorada del campo comunitario, insertándome en proyectos de
extensión para derribar los muros teóricos y que, al fin, la práctica me atravesara en post de la
transformación social. La vida parecía
tener un rumbo, no obstante, sentía que me faltaba la verdadera herramienta de “transformación”:
la política partidaria.
Los caminos se cruzan, muchas veces, por el azar o por las fuerzas de
energías que emergen de las trayectorias personales. Como así también, se vuelven a abrir. Pero
las interpretaciones ya son ajenas a los cambios que se generaron a partir de
ese instante de la historia. Un día conocí a un tal Manuel, quien se definía como el más peronista de
todos. Luego de tantas charlas acerca de literatura y política, me hizo volver
a reflexionar acerca de mi posición partidaria y concluí que era cierto que para
construir había que estar lo más cerca del pueblo, y ese era el lugar del
Peronismo, a partir , principalmente, del instrumento de la justicia social. De ahí
en adelante, solo quedaba poner más el cuerpo en el territorio y así seguir
aportando para una patria con mayor igualdad y soberanía.
Deborah Valado / 8 de Julio 2014
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