Así había comenzado el año, con los pies en el Delta, lejos de la
gran urbe, desconectada de los medios tecnológicos, de los otros no
presentes. Al día siguiente, al volver, encendí de nuevo la computadora.
Había recibido un mensaje de quien luego sería mi pareja. Lo que resonó
de lo que escribió fue el deseo de un año multicolor. Entonces, le
pregunté qué significaba, me dijo que me deseaba que no fuera monótono. Y
así no lo fue. Demasiados vaivenes, desde lo personal, el amor, lo
laboral, lo estudiantil, lo familiar. Admito que me abundó una mirada
negativa. ¡Cómo cuesta el disfrute! Por otro lado, por no renunciar al
disfrute, la firmeza de abandonar lo que no coincide con las
convicciones. ¡Cómo cuesta la coherencia! Otro año que la energía estuvo
dispersa y se notó, no pude concluir varios proyectos, la lengua afuera
del tarro. ¡Pero qué horror! Hubiera sido peor aceptar todo. Pero a la
vez, se cumplieron proyectos impensados, nuevos trabajos, un gran viaje a
los viejos continentes, volver a enamorarme, otras casas, la atracción
del folclore, otros estudios... Y llegué con la lengua afuera del tarro.
No quiero desear nada para el año entrante, hay que hacer. ¿Qué más
dedir? Sólo quiero cosas simples.
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