Las palabras siempre van a
volver buscando refugios en placeres
pasados, pero lo agrio siempre moviliza más la trama. Aunque no quiero derrocharlas en fragmentos de
lágrimas, ni en tapizar tumbas. Tampoco ser previsible en la enumeración de
conflictos con mi sexo opuesto.
Se torna difícil la labor de completar esta
blanca carilla del Word. Si bien no es obligación hacerla, tan sólo es un gusto por destripar al ser interior,
escupir la latencia del dolor que flota entre los vasos sanguíneos. Tal
vez espero descubrir el oro detrás de mi
oscuridad o el límite de la crueldad para conmigo misma. Igualmente, antes que
nada, debería recordar, como dijo mi maestro, que en la intensa exploración del
propio lodo se construirá
el mayor revolver de la reforma: el odio. Por consiguiente, si negamos
nuestro lado impuro sólo se esconderán las barbaries que más vitalidad nos dan
para avanzar y, por lo tanto, nos quedaremos replegados al continuo orden
impuesto por aquellas voces que se suponen legítimas. Entonces, mi impulso es retroceder a mi
naturaleza más salvaje, a mis instintos
más caníbales y asesinos para escupir
sobre las cartas ya repartidas y exigir nuevas partidas.
Entre tantos discursos, la
mayoría de las frases se vuelven banales, el ahora sin un acto sobre la
realidad externa de la virtualidad se disipa
fugazmente como los pompones de algodón de azúcar en la boca de los infantes.
Hay un sentido y allí radica uno de los primeros errores, no hay un sentido, hay múltiples, pero la
imposición desde varias oficinas magistrales nos hacen ceder esos sentidos para
la formación de uno aparentemente inalterable hasta
una nueva lluvia de meteoros.
Con todo esto, al final no
logré volver sobre ningún hecho particular que me haya conmovido hasta los
pelos más rebeldes de depilar, no obstante,
creo que siempre es productivo
delirar para hacer emerger nuevos conflictos aún no resueltos. Al fin y al
cabo, en la resolución absoluta estaría el aburrimiento sin movimiento. Tampoco
esa es la gracia. Ni sé bien cuál es. Por
ahora me conformo con un plato de ravioles con mucha salsa y queso, pero esa
conformidad aplasta cualquier idea de
transformación, y por lo tanto me pregunto: ¿de verdad queremos
transformar algo ó la alocución de la rebeldía es tan sólo una moda por los
niños con padres que les brindan una
asegurada sustentabilidad social y económica?
Deborah Valado //2011
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