jueves, 8 de diciembre de 2011

Disciplina, locura y amor : PARTE III


Las palabras siempre van a volver  buscando refugios en placeres pasados, pero lo agrio siempre moviliza más la trama.  Aunque no quiero derrocharlas en fragmentos de lágrimas, ni en tapizar tumbas. Tampoco ser previsible en la enumeración de conflictos con mi sexo opuesto.
  Se torna difícil la labor de completar esta blanca carilla del Word. Si bien no es obligación hacerla, tan sólo  es un gusto por destripar al ser interior, escupir la latencia del dolor que flota entre los vasos sanguíneos.   Tal vez  espero descubrir el oro detrás de mi oscuridad o el límite de la crueldad para conmigo misma. Igualmente, antes que nada, debería recordar, como dijo mi maestro,  que en la intensa exploración  del  propio lodo  se construirá  el mayor revolver de la reforma: el odio. Por consiguiente, si negamos nuestro lado impuro sólo se esconderán las barbaries que más vitalidad nos dan para avanzar y, por lo tanto, nos quedaremos replegados al continuo orden impuesto por aquellas voces que se suponen legítimas.  Entonces, mi impulso es retroceder a mi naturaleza más salvaje, a mis  instintos más caníbales y asesinos  para escupir sobre las cartas ya repartidas y exigir nuevas partidas. 
Entre tantos discursos, la mayoría de las frases se vuelven banales, el ahora sin un acto sobre la realidad externa de la virtualidad se disipa  fugazmente como los pompones de algodón de azúcar en la boca de los infantes. Hay un sentido y allí radica uno de los primeros errores,  no hay un sentido, hay múltiples, pero la imposición desde varias oficinas magistrales nos hacen ceder esos sentidos para la formación de uno  aparentemente  inalterable  hasta una nueva lluvia de meteoros.
Con todo esto, al final no logré volver sobre ningún hecho particular que me haya conmovido hasta los pelos más rebeldes de depilar, no obstante,    creo que siempre es productivo delirar para hacer emerger nuevos conflictos aún no resueltos. Al fin y al cabo, en la resolución absoluta estaría el aburrimiento sin movimiento. Tampoco esa es la gracia. Ni  sé bien cuál es. Por ahora me conformo con un plato de ravioles con mucha salsa y queso, pero esa conformidad  aplasta cualquier idea de transformación,  y  por lo tanto me pregunto: ¿de verdad queremos transformar algo ó la alocución de la rebeldía es tan sólo una moda por los niños con padres  que les brindan una asegurada sustentabilidad social y económica?  

Deborah Valado //2011

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