Las bicis
giraban
alrededor
de la glorieta,
los chicos
perseguían
algodones
de azúcar.
A lo lejos
lo vi
Las
cosquillas
empezaban a
merodear
mi cuerpo.
Me
aceleraba
Me retraía
Fantaseaba
besos en la boca.
¡Platónicos
besos!
¡Yo era como
su hermana menor!
Casi
llegando hacia donde él estaba
probé
frases que sonaran menos tontas,
aunque mi
ingenuidad
de 15 años
no me
permitía ser
más que
tonta.
El día
anterior, le contaba
a una
amiga: “Apareció
como Al
Pacino en
El abogado
del diablo,
secundado
de dos chicas.
Su
presencia abatió a todos
los que
estábamos en el shopping.”
Ella se
reía, me diagnosticó
locura.
¡Fresco
amor!
¡Entregar
todo sin esperar nada!
Y Nada, nada había en su mirada hacia mí.
Sus pupilas
color miel, dorado, hasta tal vez,
celeste, se
perdían en donde la mañana
nos
encontraba a los dos
en el
Parque Rivadavia.
“Hola,
deboh”, me dijo. Me quede muda,
me había
olvidado todo lo ensayado.
Me senté a
la par.
Le mostré mi nuevo disco del Flaco Spinetta,
de
inmediato lo guardé.
Su interés
se traspasó
a comentar
un libro de folklore.
Se prendió
un faso, yo aún no fumaba.
Dio dos
pitadas
y me señaló: “Nunca
te voy a
ofrecer. Está bien
que no te metas todavía
con ciertas
drogas, aunque esto no es una droga,
vos lo ves,
no genera adicción.”
¡Cómo no
estar hipnotizada!
¡Me
deleitaban todas sus palabras!
Sacó una
tarjeta del bolsillo
y me
preguntó:
“¿Vas a ir a la fiesta
de
Alterna?”
“No
puedo”, a secas, le contesté.
No quise
explicarle.
Me miró y
exclamó:
“ Tus
padres…¡cuánta moralidad parecen tener!”
¡Atada a
los miedos, a los principios obsoletos!
¿Cómo no
iba a pensar que era una nena?
Sus labios
entregaban risas,
se abrían y
se cerraban,
captaban
todo mi hambre,
modulaban unas canciones
de Jim
Morrison.
El divague se expandió
entre
filosofías de autores muertos,
entre
frases melódicas inexistentes
recreadas
con sus golpes
sobre las
rodillas.
“Las
viboritas danzan,
se
entrelazan, trepan,
las
viboritas viven; deboritah, ¡vive!”
El sol
pareció llegar
a su altura
máxima,
el silencio
nos atravesó,
nos
quedamos contemplando
el pasar de
las horas.
Deborah
Valado // Enero 2012
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