martes, 31 de enero de 2012

27 de agosto


Las bicis giraban
alrededor de la glorieta,
los chicos perseguían
algodones de azúcar.
A lo lejos lo vi
Las cosquillas 
empezaban a merodear
mi cuerpo.
Me aceleraba
Me retraía
Fantaseaba besos en la boca. 

¡Platónicos besos!
¡Yo era como su hermana menor!

Casi llegando hacia donde él estaba
probé frases que sonaran menos tontas,
aunque mi ingenuidad
de 15 años
no me permitía ser
más que tonta.

El día anterior, le contaba
a una amiga: “Apareció
como Al Pacino en 
El abogado del diablo,
secundado de dos chicas.
Su presencia abatió a todos
los que estábamos en el shopping.”
Ella se reía, me diagnosticó
locura.

¡Fresco amor!
¡Entregar todo sin esperar nada!

 Y Nada, nada había en su mirada hacia mí.
Sus pupilas color miel, dorado, hasta tal vez,
celeste, se perdían en donde  la mañana
nos encontraba a los dos
en el Parque Rivadavia.

“Hola, deboh”, me dijo. Me quede muda,
me había olvidado todo lo ensayado.
Me senté a la par.
 Le mostré mi nuevo disco del Flaco Spinetta,
de inmediato lo guardé.
Su interés se traspasó
a comentar un libro de folklore.
Se prendió un faso, yo aún no fumaba. 
Dio dos pitadas
 y me señaló: “Nunca
te voy a ofrecer. Está bien
que  no te metas todavía
con ciertas drogas, aunque esto no es una droga,
vos lo ves, no genera adicción.”

¡Cómo no estar hipnotizada!
¡Me deleitaban todas sus palabras!

Sacó una tarjeta del bolsillo
y me preguntó:
 “¿Vas a ir a la fiesta
de Alterna?”
“No puedo”,  a secas, le contesté.
No quise explicarle.
Me miró y exclamó:
“ Tus padres…¡cuánta moralidad parecen tener!”

¡Atada a los miedos, a los principios obsoletos!
¿Cómo no iba a pensar que era una nena? 

Sus labios entregaban risas,
se abrían y se cerraban,
captaban todo mi hambre,
modulaban  unas canciones
de Jim Morrison.

El divague  se expandió
entre filosofías de autores muertos,
entre frases melódicas inexistentes
recreadas con sus golpes
sobre las rodillas.

“Las viboritas danzan,
se entrelazan, trepan,
las viboritas viven; deboritah, ¡vive!”

El sol pareció llegar
a su altura máxima,
el silencio nos atravesó,
nos quedamos contemplando
el pasar de las horas.


Deborah Valado  // Enero 2012

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