Cuevas
llenas de arañas
que tejían
con hilos de sangre
las ilusiones
ya perdidas.
El mundo
se envolvía
en
nuestras fantasías,
se
redimensionaba
en inmensas pequeñeces,
pero todo
era tal cual
lo
vivíamos, tal cual
nuestros
latidos
coincidían
con las agujas
del reloj.
Éramos los
bajitos debajo
de la
mesa,
éramos los oídos del temblor,
de las
alegrías pendientes
de
nuestros padres.
Parecía
que estábamos
lejos de
la luz, cerca
del oscuro
dolor
de vivir, pero a penas
éramos niños,
¿qué podíamos
saber
acerca de
los grandes?
Seguramente
no sabíamos nada,
pero sentíamos
más
cualquier
sentimiento,
estábamos puros
aun no
siendo
tan
inocentes.
Deborah Valado // Mayo 2012
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