Las ruinas
de las tardes
se
producían
al no enfrentar el silencio.
Las
pálidas hojas
se
apegaban sobre el áspero mural.
Había que
dejar atrás los otoños,
comenzar a
viajar
en
primaveras.
Tan sólo
era seducirse por la vida,
y las
carreteras de besos nos dirían lo
apostado,
los telares de sueños
se tejerían
en los propios trenes del sur,
saborearíamos
la miel
del prójimo ausente de miedos.
Deborah Valado // 2002
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