miércoles, 5 de diciembre de 2012

Rezos


Lo había matado. Ni miró el cuerpo, cerró la puerta y se dirigió a la iglesia. Necesitaba pedirle una nueva salvación a Dios.  La costumbre  de imperar dicha presencia suprema la inmovilizaba para prender chispas a su autonomía, la mística delegación  era su normalidad ante situaciones que estaban fueran del alcance. La locura podría haberla cautivado, pero ningún examen médico la había podido dictaminar. Su angustia se rebalsaba por sus lágrimas, no obstante, no sentía remordimiento alguno por el cuchillo  clavado.   
La desesperación la había empujado a confesarse, necesitaba desahogar la maldad que penetraba en sus entrañas. Al llegar al altar no  percibió a nadie, las luces estaban bajas, sólo retumbaba el eco del goteo del agua vendita.  Se arrodilló en la primera fila, recordó la última pena y comenzó a rezar 25 oraciones a la virgen.  Se levantó con una sonrisa, su cuerpo comenzó a esfumarse  entre los santos. 

Deborah Valado // Marzo 2012




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