Patricio había encontrado la
guitarra que tanto anhelaba. Era la
indicada para él. El aviso publicado en la página más visitada la resaltaba con
un brillo espeluznante. Hizo click en la oferta, se quedó esperando la
confirmación de la compra, anotó la dirección, buscó el dinero, se cambió, tomó
un taxi hacia el correspondiente destino.
“Departamento 6 º B”, decía el
papel. Patricio tocó el timbre, alguien atendió el potero. Se abrió la puerta y
entró al edificio. Al final del pasillo,
detrás de la escalera, estaba Fernando.
Él no vendía guitarras, tenía la manía de burlar la creencia en el sistema cibernético. Lo
sorprendió de atrás con un mazazo, lo encapuchó y lo arrastró hacia el sótano. El
último grito fue comido por las antiguas paredes. Ningún oído se prestó a la
escucha.
Fernando tiró el cuerpo muerto
contra la chimenea. Lo encerró. La
perversión sólo dejó las cenizas.
Deborah Valado // Enero 2012
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