martes, 8 de enero de 2013

Otoños


Habían otoños que nos parecían

más tristes

para así tener excusas de

pedir a gritos un abrazo

y sentir lo inconmensurable.



Del árbol se desprendían

los amores perdidos,

los recuerdos

de las viejas estaciones de tren,

los viajes al interior,

la intensidad de la fogata,

las chispas,

el algarrobo,

las hojas con las que

jugábamos

entre la bocanada,

la neblina,

el aire frio,

los labios secos.



Nuestra casa, por la mañana,

era el lugar de

la perra,

la luz de sus cachorros prendidos

de sus pezones,

el chocolate caliente,

las galletitas,

las manos que se frotaban frente

a la estufa.



Arduo fue  regresar de la escuela,

ese día,

la llovizna raspaba mi rostro,

el viento congelaba los pasos,

necesitaba más abrigo,

ansiaba unas caricias

ya que, otra vez, mi cuerpo se daba cuenta

del real otoño,

del húmedo abril en que

papá abandonaba la casa

por su amante de luna llena.




Deborah Valado // Marzo 2012 

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