viernes, 26 de noviembre de 2010

El viaje a ninguna parte



Travesías sin pasajes de retorno al mismo suelo. Nos
encontramos en el café de la otra ciudad desconocida. En la
Habana compartimos un par  largos de ron. Sobre
la Bahía nos estiramos a sentir los gránulos de arena. Tal
vez Madrid nos esperaba. Pero el cielo ya había cambiado de color
y decidimos instalarnos en Nueva York. Vidrieras artificiales. Zapatos
de mil colores. Las tarjetas no se abastecían de tantos obsequios
con destinos impropios.
La noche se nubló para castigar a las estrellas. Sin saber
distinguirlas unas de otras, se reiteraron las falsas apuestas. Toda diversión se exponía a los billetes provistos por los pantalones marrones. Lo demás lo olvidamos y entremezclamos  por alguna vigilia de verano.
Al despertarnos aceptamos la realidad del hotel. Era la duda de las  sabanas la que
nos comprometía. Sin embargo, todavía las valijas no estaban llenas. Los pijamas
se reservaron unas horas más de descanso.
El  primer rayo de luz atravesado por nuestras lentes delgadas
determinó el regreso. 

Deborah Valado

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