domingo, 14 de noviembre de 2010

Él

 


Me levanté de la cama con las pestañas bajas. Las  palpitaciones habían reaparecido con fuerza, intuía un día agitado. Las obligaciones de la oficina resonaban en los pensamientos, terminé de ponerme los zapatos de taco aguja y  ya  estaba parando al taxi.
El chofer aparentaba  ser un buen hombre.  Me convidó un caramelo de menta y  luego de varias suplicas intercaladas a mi relato, me dejó fumar el habano. 
El viaje  era de Parque Chacabuco al Centro. Esos  cuarenta minutos se hicieron  finitos a causa de la charla  establecida con él. Cuando giró su cabeza sentí que percibió mis gotas de amor.  El auto se  había  convertido en  un consultorio; el asiento era el diván tan esperado por mis palabras.
Le contaba  que  había pasado ya un año de  la separación de mí ex pareja  y todavía no lograba asimilarlo. Lo buscaba por todas partes y sin embargo, no  lo encontraba nunca. Le exclamé que pagaba cualquier recompensa por hablar con él aunque sólo fueran  dos minutos. Aún amaba y  necesitaba a ese hombre. 
Parecía una mujer desesperada. El pobre me  asentía con la mirada, no sabía cómo contenerme.  Mis gritos salieron a la luz cuando le expresé que la noche anterior había soñado que lo veía. No era nada anormal soñarlo, pero ésta vez estaba segura que sí se concretaría; los duendes me lo habían confesado.
Bajé  del taxi. De repente lo vi llegar a la  otra  esquina. Las sonrisas brotaron de mis labios. Corrí para saludarlo, pero  nunca alcancé a cruzar. Me senté en el cordón;  las lágrimas  tampoco  llegaron.

Deborah Valado // 2007

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