Giraba la calesita. Estaban las
niñas de moños rosas sobre los caballitos. Se reían, masticaban caramelos,
saboreaban chupetines de dulce de leche, se lanzaban por la sortija. Yo simplemente las veía y me
imaginaba ahí.
Los berrinches a mamá se iban junto
al viento y los pasos al arenero. En la mochila no tenía la mejor muñeca, aún
así, era mi preferida. Algunas veces se llamaba Margarita, otras, Mónica o
Estela. En cada juego volvía a vivir y a morir.
Su tiempo quería ser igual al de las mariposas, nada de pasado, todo
como una pompa de felicidad.
Ya era tarde, la esperaba el
entierro. Deslicé la pala con mucha fuerza hacia un fondo incierto. De repente,
mi impulso fue trabado. Del hoyo se asomó un duende con collares de perlas
azules. ¡Diminuto ser encantador! Algo me quería decir, sin embargo,
desapareció cuando me di vuelta para mostrarlo a mamá.
Deborah Valado //Marzo 2012
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