El reloj de
arena
no marcaba
las horas,
el tiempo
no existía,
no había
prisa,
había vida
para jugar.
La
imaginación trepaba
por los
árboles de libertad,
las manos
alcanzaban
las
manzanas prohibidas.
Risa
picara, risa picara,
los duendes
aparecían
desnudos y
salvajes,
risa
picara, risa picara,
los
pétalos de las flores
se
desprendían hacia el mar.
Deborah Valado // Mayo 2012
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