miércoles, 25 de abril de 2012

Día de verano



La suma de catorce y catorce da por resultado 28 días que desencadenan en contradicciones. No sé muy bien si es bueno contar lo hechos explícitamente. Tal vez es mejor callar, pero el silencio también es un arma de doble filo. ¿Hasta cuándo es lícito mirarnos y disimular lo que nos ocurrió? ¿Qué episodios hay que borrar  del historial? ¿Cómo saber  qué destacar?  ¿Cómo dividir las aguas entre el orgullo, la culpa y lo que importa?  ¿Cómo  no  invertir los personajes? ¿Qué recuerdos son buenos ó malos? ¿Qué personas hay que rescatar para hablar una vez más? Estas y tantas  otras preguntas son las que me vengo interrogando a lo largo de los momentos que voy viviendo. A lo mejor, allí está el error, en  pensar incógnitas a no resolver y  en querer seguir bien.
Hubo un tiempo, ahora comenzamos una tercera etapa. Ese día aproximaba el fin del primer capítulo. Es difícil relatar los acontecimientos anteriores, todavía guardo vergüenza de idiotas comportamientos.  Igual daré detalles que se envuelven en el vaivén de la historia.  Parece que el camino es un círculo,  los objetos vuelven, pero revestidos con  otro papel de regalo.
Día soleado.  Escondimos las bikinis en el bolso. Ratificamos que nuestros padres estuvieran convencidos de la pequeña mentira que  habíamos tenido que exponer.   Pasamos por Pompeya a comprar un par de vinos. No estábamos seguras a donde íbamos, sin embargo, la canción que sonaba en el colectivo, acertaba el destino: “... de Tablada a Lanús...”.
Nos encontramos con un barrio diferente, perdido en los propios mapas visuales. Caminamos varias cuadras hasta suponer que la dirección del papel coincidía con la que nos chocábamos. Timbre. Espiaron por la rendija, pronunciaron la contraseña. Entramos. Mi sonrisa era fatal, estaba él. Nos saludó y  la confianza  se valorizaba al mejor costo. 
Cebollas tiradas sobre el canasto. Tomates que renvalsaban los bols. Una parrilla libre para todos.  Era inexplicable no reírse entre tanta granadina y tinto ya azul. Yo no quería nada más; sólo lo miraba.  El humo  clavaba mis pulmones, mis neuronas  recibían dichas drogas.
 Relajados; el agua empezó a jugar en medio de nosotros. Chapuzones  de mangueras sin poder caer en una pileta destrozada. Éramos mariposas, suponiendo aprovechar bien minuto tras minuto. 
 Por más que no se lo espere, el atardecer llega.  La siesta ganó a los cuerpos.   Aunque las dimensiones de la quinta eran enormes, los 10 que estábamos nos  acostamos  en tres colchones enfrente  del televisor. Algún programa del verano iba acompañando el cerrar de los ojos. Pero el calor interrumpió mi sueño. Me levanté. Contemplé el alrededor, lo busqué y no estaba. Curiosa me  di vuelta para  preguntarle a ella sí no lo había visto. Es así que decidí pasar por el jardín y  las otras habitaciones.  Subí, de golpe abrí la puerta. Algo sentía que podía derrumbarse, pero ni todas las apuestas hubieran concluido en dicho hecho. Ese chico que tantas cosas había creado en mi mente, tal vez artificiales, pero reales ante los sentimientos, estaba entre los besos de mi mejor amiga.  Cerré la puerta y me fui. No tenía nada para decir. Nadie puede ser dueño de personas que no le corresponden. Sin embargo, no fue el  peor dolor dicho beso. Si no las respuestas de ella al mismo.
Embriagada me senté en la reposera.  Sólo caían lágrimas secas. Los demás estaban en bolsas de pegamento. Les robe algunas, pero casi todas quedaban vacías. Opte en irme. En el camino a la parada, me iba vistiendo. No podía dar un paso, mi estado de drogas y alcohol era superior.  Me compre un alfajor de chocolate para disimular mi espontánea partida. Volví sin saberlo y el cansancio me echó de nuevo a la reposera.
Noche sin estrellas. Lo primero que vi, fue su rostro.  Junto a él, ella queriéndome despertar. Palabras más, palabras menos.  No podía reaccionar, los escuchaba y sólo negaba tal discusión. Me querían consolar de algo que nadie tenía que hacer. Yo sólo quería escaparme  para que todo volviera a estar bien. Lo último que esperaba, era su confesión. Y ella me delató fuertemente. Él ya había escuchado rumores, sin embargo, la última espina la clavó ella. Siempre la excusa de “... Yo pensé que era lo mejor para vos. “¿De        qué hablan, sin saber donde ellos tienen sus pies? Para mí lo mejor era estar a su lado, sin perturbar, no esperaba ningún caramelo. Ya conocía las distancias, no necesitaba  que las restrieguen.  Ella evidenció lo que tanto quise ocultar para no separarme más. El victimario se convirtió en victima.  Se le caían las lágrimas, y yo no entendía el juego. Yo estaba seca.  No tenía porque estar mal, sí supuestamente no estaba enamorada de él.  Nunca le había pronunciado ninguna palabra de amor. Preferí estar en silencio.  Él se confundía entre estrellas de rock, yo nunca le había declarado mi verdadero ídolo. 
Fue doble el puñal, el grito de ella ante él me había derribado. Él, astuto, ya conocía la situación de anteriores comentarios, pero nada certero hasta la palabra de alguien autorizado. Dijo que no nos peleáramos por él. Que no entendía porque me había enviciado de sus gestos. Él nunca  sentiría algo parecido. Yo lo sabía, siempre lo comente que así estaban bien las cosas, que no necesitaba que él lo supiera.  Ella conocía bien todo lo que yo daba por él, lo de ella había sido un beso que cambio todo, pero un beso de vinos. 
 Él no nos acompaño hasta la estación. Subí al tren y volvieron las lágrimas hasta el otro día. Le dije que no tenía porque disculpar nada. No quería peleas absurdas. Pero es así como vino su afonía y nunca más dio una palabra.

Deborah Valado // 2008

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