La suma de catorce y catorce da por resultado 28 días que
desencadenan en contradicciones. No sé muy bien si es bueno contar lo hechos
explícitamente. Tal vez es mejor callar, pero el silencio también es un arma de
doble filo. ¿Hasta cuándo es lícito mirarnos y disimular lo que nos ocurrió? ¿Qué
episodios hay que borrar del historial?
¿Cómo saber qué destacar? ¿Cómo dividir las aguas entre el orgullo, la
culpa y lo que importa? ¿Cómo no
invertir los personajes? ¿Qué recuerdos son buenos ó malos? ¿Qué
personas hay que rescatar para hablar una vez más? Estas y tantas otras preguntas son las que me vengo
interrogando a lo largo de los momentos que voy viviendo. A lo mejor, allí está
el error, en pensar incógnitas a no
resolver y en querer seguir bien.
Hubo un tiempo, ahora comenzamos una tercera etapa. Ese día
aproximaba el fin del primer capítulo. Es difícil relatar los acontecimientos
anteriores, todavía guardo vergüenza de idiotas comportamientos. Igual daré detalles que se envuelven en el
vaivén de la historia. Parece que el
camino es un círculo, los objetos
vuelven, pero revestidos con otro papel
de regalo.
Día soleado.
Escondimos las bikinis en el bolso. Ratificamos que nuestros padres
estuvieran convencidos de la pequeña mentira que habíamos tenido que exponer. Pasamos por Pompeya a comprar un par de
vinos. No estábamos seguras a donde íbamos, sin embargo, la canción que sonaba
en el colectivo, acertaba el destino: “... de Tablada a Lanús...”.
Nos encontramos con un barrio diferente, perdido en los
propios mapas visuales. Caminamos varias cuadras hasta suponer que la dirección
del papel coincidía con la que nos chocábamos. Timbre. Espiaron por la rendija,
pronunciaron la contraseña. Entramos. Mi sonrisa era fatal, estaba él. Nos saludó
y la confianza se valorizaba al mejor costo.
Cebollas tiradas sobre el canasto. Tomates que renvalsaban
los bols. Una parrilla libre para todos.
Era inexplicable no reírse entre tanta granadina y tinto ya azul. Yo no
quería nada más; sólo lo miraba. El
humo clavaba mis pulmones, mis
neuronas recibían dichas drogas.
Relajados; el agua empezó a jugar en medio de
nosotros. Chapuzones de mangueras sin
poder caer en una pileta destrozada. Éramos mariposas, suponiendo aprovechar
bien minuto tras minuto.
Por más que no se lo espere, el atardecer
llega. La siesta ganó a los
cuerpos. Aunque las dimensiones de la
quinta eran enormes, los 10 que estábamos nos
acostamos en tres colchones
enfrente del televisor. Algún programa
del verano iba acompañando el cerrar de los ojos. Pero el calor interrumpió mi
sueño. Me levanté. Contemplé el alrededor, lo busqué y no estaba. Curiosa
me di vuelta para preguntarle a ella sí no lo había visto. Es
así que decidí pasar por el jardín y las
otras habitaciones. Subí, de golpe abrí
la puerta. Algo sentía que podía derrumbarse, pero ni todas las apuestas
hubieran concluido en dicho hecho. Ese chico que tantas cosas había creado en
mi mente, tal vez artificiales, pero reales ante los sentimientos, estaba entre
los besos de mi mejor amiga. Cerré la
puerta y me fui. No tenía nada para decir. Nadie puede ser dueño de personas
que no le corresponden. Sin embargo, no fue el
peor dolor dicho beso. Si no las respuestas de ella al mismo.
Embriagada me senté en la reposera. Sólo caían lágrimas secas. Los demás estaban
en bolsas de pegamento. Les robe algunas, pero casi todas quedaban vacías. Opte
en irme. En el camino a la parada, me iba vistiendo. No podía dar un paso, mi
estado de drogas y alcohol era superior.
Me compre un alfajor de chocolate para disimular mi espontánea partida.
Volví sin saberlo y el cansancio me echó de nuevo a la reposera.
Noche sin estrellas. Lo primero que vi, fue su rostro. Junto a él, ella queriéndome despertar.
Palabras más, palabras menos. No podía
reaccionar, los escuchaba y sólo negaba tal discusión. Me querían consolar de
algo que nadie tenía que hacer. Yo sólo quería escaparme para que todo volviera a estar bien. Lo
último que esperaba, era su confesión. Y ella me delató fuertemente. Él ya
había escuchado rumores, sin embargo, la última espina la clavó ella. Siempre
la excusa de “... Yo pensé que era lo mejor para vos. “¿De qué hablan, sin saber donde ellos tienen
sus pies? Para mí lo mejor era estar a su lado, sin perturbar, no esperaba
ningún caramelo. Ya conocía las distancias, no necesitaba que las restrieguen. Ella evidenció lo que tanto quise ocultar
para no separarme más. El victimario se convirtió en victima. Se le caían las lágrimas, y yo no entendía el
juego. Yo estaba seca. No tenía porque
estar mal, sí supuestamente no estaba enamorada de él. Nunca le había pronunciado ninguna palabra de
amor. Preferí estar en silencio. Él se
confundía entre estrellas de rock, yo nunca le había declarado mi verdadero
ídolo.
Fue doble el puñal, el grito de ella ante él me había
derribado. Él, astuto, ya conocía la situación de anteriores comentarios, pero
nada certero hasta la palabra de alguien autorizado. Dijo que no nos peleáramos
por él. Que no entendía porque me había enviciado de sus gestos. Él nunca sentiría algo parecido. Yo lo sabía, siempre
lo comente que así estaban bien las cosas, que no necesitaba que él lo
supiera. Ella conocía bien todo lo que
yo daba por él, lo de ella había sido un beso que cambio todo, pero un beso de
vinos.
Él no nos
acompaño hasta la estación. Subí al tren y volvieron las lágrimas hasta el otro
día. Le dije que no tenía porque disculpar nada. No quería peleas absurdas.
Pero es así como vino su afonía y nunca más dio una palabra.
Deborah Valado // 2008
Muy bueeno! Osea, un bajon la situacion. Pero muy bueno el texto.
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