jueves, 26 de abril de 2012

Desorden


Demasiado desorden. Cada libro se cae de la torre propicia de residuos. La habitación se reduce a un montón de objetos sin acordes. En primer lugar, ya no me encuentro.  Desde ese punto, todo desequilibrio se cosecha alrededor. Por segundo, alguien habrá llamado a la puerta, pero nunca fue a quien esperé.
Me envuelvo en la memoria. Es el miedo descuidado al viento que me lleva a ella; la felicidad conservada en botellas de cristales. Las cajas se asfixian de palabras mal usadas, cartas que no puedo volver a ver, historias que alguna vez me permitieron volar. Ahora desprovista de alas, me cobijo en éste desafinado concierto. Las golondrinas se han llevado las últimas melodías.
La pared se esconde detrás de fotografías ajenas. Todas ellas me observan dentro de lo que fueron armando, un universo sin aire a mundo. Clasifico los zapatos sobre filas de colores, de largos, anchos, texturas. Sin embargo, mis pies se niegan al uso. Pero igual no contradigo al sentido. Ya me basta con hacerlo al corazón. Las blusas se pelean entre sacos por las perchas de madera. Como mi decisión es la última, termino deliberando dejarlas colgadas  de la silla. El placard se ha ido convirtiendo en otra casa de peluches. Éstos con el paso del tiempo, se han apropiado de hasta mi cama.
Del otro extremo oblicuo, las corbatas siguen enredadas de malgastados aromas. Y dentro de aquellas carteras de cuero sobran los rotos cosméticos.
Cierro las valijas vacías, para volver a donde las piedras dan el primer chispazo de fuego. No dudo del adiós, ni tampoco de un hasta luego. Deja de gritar. Éste es mi partir.

Deborah Valado // 2003
 

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