En cuestión de segundos desaparecieron
sus besos. Antes del adiós ya habían demasiadas
falsas sonrisas, ergo, esa tarde no debí llorar ante sus pies, ni mucho menos rogarle,
una vez más, su suspiro del amanecer. Es imposible comprenderlo todo, mucho
menos, se puede pedir descifrar esos mezquinos sentimientos. Pero yo insistía
en saber qué era lo que mi corazón sentía hasta el punto de despedazarse ante
sus caricias y, al mismo tiempo, su desamor.
¡Correr tras los propios deseos! Nada
más debería importar, aún así, el alma se va deshilachando en la medida en que
no recibe más puntadas de amor.
Deborah Valado // Mayo 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario