Se
escuchan las sirenas de un patrullero (Fade Out). Él está recostado sobre una bolsa de dormir, se
levanta.
-Sé que las sirenas no son más las del mar, bellas, seductoras. Ellos me
están buscando. Antes de ayer los bomberos llamaron a la policía. Todavía no me
puedo perdonar no bajar esa maldita perilla, al volver la luz, miles de watt
quemaron la casa, y esas plantas que me
daban vida, dieron muerte. (Pausa)
¡Basta! (Se golpea la cabeza con los puños) ¿Hasta cuándo voy a escuchar
esas sirenas? Si no nos hubiéramos ido
de casa, tal vez otro hubiera sido el viaje, un viaje sin retorno, nos
hubiéramos asfixiado allá arriba en la habitación, tal vez yo me hubiera
salvado, pero ella tan chiquita no, y
ahí sí hubiera sido la carga eterna, mi vida se hubiera ido de otra manera,
debo pensar en eso -su salvación- para
no quebrarme más. Ya cinco minutos se hacen eternos, se fue a buscar sus cosas
para el viaje de mañana a Rosario y el
vacío se agranda con su silencio. Es la segunda noche que estamos en
esta oficina. Por la mañana me sentía
una bestia a su lado, ella lloraba desconsolada y me abrazaba muy fuerte a la
vez que repetía que yo era eternamente suyo, yo sólo le pude contestar que ella debía dejar a toda su familia para construir una conmigo,
ella no dudó en responderme que sí lo haría a cambio que yo le prometiera nunca
más plantar ninguna semillita de marihuana. Estaba muy perturbado, en ese
momento me volvía el recuerdo de llegar
con el auto a la puerta de la casa, ver
por la ventanilla el rostro del policía, sentir mi fin cuando escuché que nos
teníamos que bajar, pero, por esas cosas extrañas, nos terminó dejando ir sin
dar cuenta de nada. Sí las constelaciones sobre el policía hubieran querido yo
sé esta noche hubiera estado entre rejas, pero acá estoy, al menos prófugo. (Se abraza, siente temblor) ¡No, no y no!
¿Cómo la desgracia se posa en mi vida una y otra vez? Todos los malos recuerdos vuelven para
pelearme con Dios. Creía que la muerte ya me había visitado en el último viaje
al sur, pero luego desperté en la sala
de terapia intensiva. Mamá estaba sentada
a mi lado, era papá el que había fallecido, su última risa había sido conmigo, ese
camión a contramano luego se la llevó. (Pausa) Ahora, acá, esas sirenas vuelven
una y otra vez, no puedo pensar que es peor, acá la libertad es igual a mi
vida. Los del juzgado se reían, “…qué mala suerte la del pibe de las plantas,
justo se incendia la casa y el buchón del bombero lo delata.”, decían.
Pero, mientras mi sangre hierve, mi foto está en las pantallas de todas las
comisarias, soy un cartel con pedido de captura por plantar para mí, por esas
burocracias de feriados judiciales y coimas de guantes blancos. Mañana por la
mañana, Rosario nos espera. Pero, si ella se cansó de mis humillaciones, si no
vuelve ahora, si se arrepintió, me muero, no la puedo llamar a ningún lugar.
Sólo ruego que no. Ella es la única que
está, es la única que carga esa angustia ajena, la hace propia y llora a mi lado. Le
pedí casamiento, se me rió en la cara, no me creyó, igual, ¿cómo podría creerle
a un monstruo como yo que la maltrata? Pero la amo, se lo dije. (Pausa) Y
vuelven las sirenas, los patrulleros parecen estar cada vez más cerca, una sola
noche más y nada más tengo que soportar y mañana estaremos lejos donde yo no sea más yo, donde mi nombre se pulverice en el recuerdo y la
vida comience de nuevo. Papá, ¿vos me escuchas?
Necesito que lo hagas, que me ayudes a salir de la tormenta de las
sirenas (da una vuelta sobre su mismo eje observando para todos lados y se va
buscando al papá).-
Deborah Valado // Abril 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario