“No te
enamores de mí”, le dijo el chico a la chica, y la chica se lo dijo al chico.
Ambos querían escapar del velo del enamoramiento que desdibuja al otro en múltiples puntos ideales. El plan sólo
era encontrarse en un cuarto perdido del pueblo, allá ocultos de las miradas de
las señoras envidiosas de la libertad carnal – por más que ni supieran qué
significaba explorar sus cuerpos, bien reprimidos por las morales católicas
burguesas, se atoraban con las palabras que desbordaban por sus uñas pintadas
que señalaban el pecado –. Lejos de poder controlar los hechos, cerca
de ser responsables de cada acto, el devenir está y en dicho devenir sin ataduras posibles aparecen los duendes
mágicos con mensajes jeroglíficos que no hacen falta descifrar, la vida se
trata de eso, de no siempre encontrar
una respuesta. Aunque en ese desencuentro nos empezamos, realmente, a encontrar,
y nos damos cuenta que estamos en un lugar impensable una vez más. Él se enamoró de ella, ella lo odió. Ya nada
sería lo mismo y lo distinto asustaba. Asustaba pronunciar “amor” en vez del
nombre asignado en el documento. Asustaba la entrega. Asustaba la libertad.
Asustaba la vulnerabilidad. Asustaba el dolor. Asustaba la alegría. Asustaba el
compartir. Asustaba la rutina. Asustaba la pasión. Asustaba la lealtad.
Asustaba el celo. Asustaba el llanto. Asustaba el amor .Asustaba la vida de a
dos.
Deborah Valado // Agosto 2012
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