Me
abrazaba al mar,
era su
nueva orilla,
las olas
me bañaban
con deseos
de amor.
La espuma
se deshacía
sobre mi
cuerpo,
yo me
convertía
en una
sirena
y salía a
nadar
hacia el
infinito.
Las
caracolas eran
mis
guaridas, aún así,
el cielo
nocturno
y la luna
espiaban
mis secretos,
nada podía
escapar a la
inmensa
naturaleza,
hasta mis
más mínimos sueños
ya eran develados.
Deborah Valado // Mayo 2012
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