Sólo los
domingos
mis pies pisaban el pasto seco de la plaza,
los
arlequines liberaban a mi risa,
yo me
envolvía en sus distintos personajes,
habitaba
mis deseos,
nada más
real sucedía.
Mi cuerpo deseaba
jugar,
mi
cabecita no lo frenaba.
Yo era una
niña
entre
pájaros y violines.
Miraba
cómo el sol se despedía del mar
y hacia
allá quería ir.
Las águilas
me llevaban
a volar,
conocí los
valles,
las altas
montañas,
los
gusanos en mis labios.
Deborah Valado // Marzo 2012
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