Media Verónica se destruye en el tiempo.
La piel se secó encima de brazos ajenos. La mirada perdió el deseo.
Y, ahora, derrama la última lágrima sobre los peldaños
de amor. Las fantasías destellan los verdaderos besos que ,alguna vez, él le prometió.
Intenta perseguir su rastro, pero otra vez el fresco acompaña su nuevo partir.
Heridas abiertas. Leo es todo. A
alta voz no terminan de sonar los violines de su ser. Ella, todavía, no ha pulido el dolor. La tristeza se sumerge dentro
del cristal. El frasco se ha quebrado. Las partículas quedan suspendidas entre
vivos recuerdos. Huye del cuerpo.
Sexo, drogas, rock and roll. Leo se desvió hacia otro camino
lejos de ella, y sin embargo, sólo es ella quien lo espera. Sus debilidades se
convirtieron en sublimes adicciones. Al abandonar la lucha, acabó de soñar
junto a ella.
Jirones de la propia vida. Él, definitivamente,
se marchó. Los remiendos del ayer parecen fortalecerla, pero nada cubre su
soledad. Vuelve a oler las sabanas y entre gritos desesperados muere junto a
sus viejas alegrías.
Deborah Valado // Febrero 2003
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